La parroquia (2): el Obispo
“El Obispo debe ser considerado como el gran sacerdote de su grey, de quien deriva y depende, en cierto modo, la vida en Cristo de sus fieles” (Sacrosacntum concilium, 41). En la última Folla hablábamos de que la parroquia tiene varios elementos esenciales, y uno de ellos es su relación con el Obispo diocesano. En la antigüedad, cada comunidad de fieles se reunía en torno a un Obispo, quien, ayudado por los presbíteros y diáconos, era el encargado principal de las celebraciones litúrgicas y la administración de los sacramentos. Al ir creciendo estas comunidades y extendiéndose a zonas alejadas de las grandes ciudades, esa relación tan directa con el Obispo fue haciéndose imposible. Por eso se van constituyendo las parroquias, esas comunidades de fieles en las que el presbítero, el cura, representa al Obispo haciendo las funciones de pastor de esas almas.
A pesar de estas circunstancias históricas, en las que seguimos viviendo actualmente, el Obispo sigue siendo la cabeza de la Iglesia diocesana. Su deber, en toda la Diócesis y cada una de las parroquias, es representar a Jesucristo y ejercer los tres ministerios que de Él ha recibido:
- Enseñar: el Obispo es el responsable de la transmisión y el anuncio de la fe. Es el que debe velar para que la fe que profesamos sea fiel a lo que nos enseñó Jesucristo. También debe cuidar que esta fe sea anunciada a todos los que no la conocen. En este sentido, es el Obispo de cada Diócesis el que debe dar las normas para la organización de la catequesis en cada parroquia y cuidar de la formación del Pueblo de Dios.
- Santificar: el Obispo es el encargado principal de santificar a su pueblo, por medio de la oración constante, la celebración de los Divinos Misterios y la administración de los sacramentos. Una de sus misiones principales es la de vigilar para que los sacramentos se celebren con dignidad y cumpliendo con todas las normas litúrgicas. También se debe encargar de que aquellos que reciben los sacramentos lo hagan adecuadamente.
- Gobernar: siendo la Iglesia una sociedad, el Obispo es quien debe dictar las normas y resolver los conflictos que surgen en la misma. Él es quien dicta normas para toda la Diócesis, quien se responsabiliza del patrimonio de la Iglesia y quien resuelve los posibles conflictos jurídicos que surjan.
Nuestro gran riesgo como parroquia es pensar que el mundo se acaba en los límites de nuestro pueblo. Ser católico supone pertenecer a la Iglesia universal, fundada por Jesucristo y guiada por el Papa y los obispos, y nuestra unión con ella se hace efectiva a través del Obispo diocesano. Quizá es normal que no veamos a nuestro Arzobispo, D. Francisco José, más que en contadas ocasiones, cuando nos visita con diversos motivos o cuando vamos a alguna celebración en la Catedral, pero debemos tenerlo presente en la vida de la parroquia. Lo hacemos así cuando rezamos por él, cuando respetamos las normas e indicaciones que nos da y, fundamentalmente, al estar unidos a él por la fe que compartimos y en la que él nos confirma.
En la Sta. Misa siempre pedimos a Dios por el Papa y por nuestro Obispo. Esto debe ser un recordatorio permanente de que la Iglesia es el cuerpo místico de Cristo, extendido por toda la tierra, y que se concreta en cada Diócesis. Las parroquias sólo tienen sentido y cumplen su misión cuando están, con sus particularidades, estrechamente unidas a ese cuerpo.