La parroquia (3): la comunidad de fieles

Las parroquias normalmente están ligadas a un territorio, de modo que identificamos a la parroquia con ese territorio y con toda la gente que vive en el mismo. En algunas zonas, como en Galicia, esta idea es mucho más fuerte, porque también las administraciones públicas dividen el territorio en parroquias (aunque no siempre coinciden con las de la Iglesia). Así caemos con facilidad en el error de identificar a la parroquia con un determinado pueblo o barrio. De este modo, pensamos que la parroquia es simplemente un territorio o una unidad social y que la Iglesia es una institución más que ofrece sus servicios allí, como lo hace el ayuntamiento o cualquier movimiento social o negocio. Con esta idea, acudimos a la Iglesia para pedir servicios (un funeral, una primera comunión…), exigiendo que se haga como nosotros queremos y, cuando lo hemos recibido, retornamos a la vida normal en la que ningún vínculo visible nos une a esa iglesia parroquial. 

La comunidad de fieles que conforma una parroquia es mucho más que eso. Es “una comunidad de bautizados que expresan y confirman su identidad principalmente por la celebración del Sacrificio eucarístico” (Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia 32). Su origen no está en cuestiones sociales o culturales. Es el mismo Dios quien nos llama para que nos convirtamos y lo sigamos, formando así esa comunidad. Así, la parroquia se edifica en la Santa Misa, pues “nuestra unión con Cristo, que es don y gracia para cada uno, hace que en Él estemos asociados también a la unidad de su cuerpo que es la Iglesia” (ibid. 23). ¿Quiénes conforman, por tanto esa comunidad de fieles? Pues todos los bautizados que, en ese territorio de la parroquia, aceptan íntegramente la constitución de la Iglesia y están visiblemente unidos a Cristo mediante los lazos “mediante los lazos de la profesión de fe, de los sacramentos, del gobierno eclesiástico y de la comunión”(Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 14).

Comprender esto debe ser muy iluminador para nosotros:

-       “Soy yo quien os he elegido” (Jn 15:16). Formamos parte de la Iglesia por nuestro bautismo y por nuestro deseo de mantenernos unidos a Jesucristo en ella.

-       “En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros” (Jn 13:35). La parroquia está compuesta por personas de procedencias diversas, ideas distintas, modos de vida particulares, situaciones y dificultades personales muy variadas… pero a todos nos une, como si fuéramos un solo cuerpo, el mismo bautismo y la misma fe.

-       “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos” (Mt 28:19). Toda la actividad de la parroquia debe tener como objetivo dar gloria a Dios, promover la vida cristiana entre los fieles y anunciar a Jesucristo a los que no lo conocen. Esto se aplica, especialmente a la iglesia parroquial, que no debe convertirse en un salón de actos o un espacio para hacer las reuniones particulares de ningún grupo.

Nadie estuvo tan íntimamente unido a Jesucristo como la Virgen María, que fue capaz de acompañarlo al mismo pie de la cruz. Por eso es el modelo de cada cristiano y de cada parroquia, pues debemos buscar estar cada día más profundamente unidos a Él, también comunitariamente. Que María, Madre de la Iglesia, ruega por nosotros.

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